Isabel Hungría Simbala| Correctora de textos
«Personas que menstrúan’. Estoy segura de que solía haber una palabra para esas personas”, escribió J. K. Rowling en Twitter y desde aquel día, 6 de junio, los castillos que había levantado letra a letra se derrumban como naipes.
Rowling ha de saber, con todo su bagaje acumulado, que cuando una persona alcanza altas cotas de popularidad, como en su caso, todo lo que diga pasa por el escrutinio de la opinión pública, hoy vigorizada por unas redes sociales que han permitido desterrar los monólogos para dar paso a la efectiva pero a veces lapidaria comunicación de doble vía.
Rowling, creadora de Harry Potter, ha ofrecido su cabeza al patíbulo tras la ofensa que se infiriera de la corrección que hizo en Twitter a un artículo que usaba la palabra “personas” en lugar de “mujeres”, lo que fue asumido por la comunidad trans como una afrenta.
Este colectivo concluye, no sin equivocarse (los tuits posteriores lo ratifican), que lo que Rowling quiso decir era que las trans no son mujeres, por tanto no menstrúan, de ahí que la escritora enfrente un torrente de críticas y con ello un boicot que amenaza con el retiro de sus libros.
Recapitulemos. J. K. Rowling compartió en Twitter un artículo de la plataforma Devex que se refería a la incorporación de medidas sanitarias para “personas que menstrúan”, entonces ironizó: “Estoy segura de que había una palabra para esas personas (que menstrúan). Que alguien me ayude. ¿Wumben? ¿Wimpund? ¿Woomud? (Quería decir woman)”.
Pero no todo ha quedado allí, cuando la sangría empezaba finalmente a detenerse, luego de un mes de flujo constante de críticas en su contra, la escritora escribió otro hilo (5 de julio) en el cual decía que muchos profesionales de la salud estaban preocupados porque los jóvenes que luchan con su salud mental (entiéndase trans) estaban siendo desviados hacia las hormonas y la cirugía cuando esto puede no ser lo mejor para ellos.
I’ve ignored fake tweets attributed to me and RTed widely. I’ve ignored porn tweeted at children on a thread about their art. I’ve ignored death and rape threats. I’m not going to ignore this. 1/11 pic.twitter.com/hfSaGR2UVa
— J.K. Rowling (@jk_rowling) July 5, 2020
A partir de estos mensajes, muchos de los seguidores que aún la respaldan han coreado: “¡Por favor, quítenle el celular!”, pero Rowling ha continuado con su retahíla de mensajes y ha visto cómo todo su joven elenco, incluso su creación más excelsa, Daniel Radcliffe (Harry Potter), le ha dado la espalda; de hecho, producto de estos tuits sus detractores ahora la definen como TERF (Feminista Radical Trans Excluyente).
¿Lectores incondicionales?
Arturo Pérez-Reverte, escritor y miembro de la Real Academia Española (RAE), decía en una entrevista que en la actualidad es mucho más difícil ser escritor. Y explicaba algo así: “Un buen escritor joven podría arruinar su carrera si hiciera algún comentario controvertido porque podría verse expuesto al escándalo mediático, sin embargo, cuando se tiene trayectoria, como en mi caso, al margen de las polémicas, los lectores te siguen leyendo”.
Lo dicho por Pérez-Reverte, erudito en lenguaje y cinta negra en las guerras dialécticas de Twitter, pierde fuelle desde que J. K. Rowling se puso los guantes porque la escritora tiene trayectoria y, sin embargo, ahora se enfrenta al descarnado rechazo de algunos de sus más fieles lectores.
¿Hay lectores incondicionales? Habrá que esperar que Rowling se baje del ring para observar si su pluma la redime. Sus seguidores son millennials, de manera que solamente el tiempo lo dirá.
Pero para Rowling no es nuevo enfrentarse a la censura. Ya desde su nacimiento como escritora supo lo que era el machismo cuando se vio obligada -por sugerencia de sus editores- a usar las iniciales de su nombre para que sus potenciales lectores no tuvieran prejuicios a la hora de comprar una obra de ficción escrita por una mujer.
La estrategia funcionó: J. K. se hizo famoso (el uso del masculino es deliberado) y dio el salto de escritora a productora y filántropa.
Ya con la fama a sus pies y más afianzada en el mundo literario, fue censurada en los Emiratos Árabes Unidos y en varios lugares de Estados Unidos porque, a decir de algunos ultraconservadores, sus libros “promovían la hechicería”.
Más adelante, cansada de los privilegios que conlleva tener un nombre que no le suponía ningún nuevo desafío, J. K. Rowling escogió el seudónimo Robert Galbraith para la publicación de otra serie de libros: Blanco letal, El gusano de seda, El canto del cuco…
Aquella elección, esta vez de un nombre masculino, evoca de algún modo lo que dijera la escritora Virginia Woolf repetidamente: En la mayor parte de la historia “Anónimo” era una mujer.
J. K. Rowling es diestra en las artes de la imaginación, la filantropía y el verbo, no cabe duda, pero eso no le alcanza (y tal parece que a nadie) para que salga indemne después de plantear conceptos complejos en una red social.
Twitter, lo vemos a diario, puede ser un gran aliado, pero también un gran verdugo.
¿Su fortaleza? Los mensajes pergeñados por sus usuarios no tienen el ruido sesgado de la interpretación de terceros.
¿Su desventaja? Las fake news, la vacuidad, los sofismas, los trolls (este último término proviene de las criaturas de la mitología nórdica).
Frente a esta coyuntura y ante la intimidación intelectual en general y en todos los puntos cardinales, Noam Chomsky, Margaret Atwood, la propia J. K. Rowling y otros 150 intelectuales acaban de firmar un manifiesto en el que expresan su preocupación por “la moda de la humillación pública, la intolerancia hacia las perspectivas opuestas y el ostracismo”.
De cualquier forma, no perdamos de vista la violencia que sufren las mujeres trans, resultado trágico del patriarcado que enseña a los hombres misóginos a odiar la feminidad.
J. K. Rowling es una mujer cuyo ADN ha estado, así como el de tantas personas trans, habitado por luchas, quimeras y monstruos, y sus palabras son tan valiosas cuando dice: “Nunca suponga que porque alguien piensa de manera diferente no tiene conocimiento”, como cuando las personas trans manifiestan: “Estamos seguras de cómo queremos ser percibidas por el resto”.
En este sentido, en cualquier orilla que nos situemos, rescatemos la maravillosa frase del lingüista y filósofo Noam Chomsky: “Si no creemos en la libertad de expresión de aquellos que despreciamos, no creemos en ella en absoluto”.